Una hoja chamuscada al vuelo.

El grupo de escritores Insectos Comunes me ha asignado una misión. Hacer que Kurt Cubain unifique el final de mujercitas con el principio de Fahrenheit 451. Si alguien podía hacerlo era el cerdo venusiano. Lamentablemente el cerdito esta en huelga y me vi en necesidad de cumplir sus compromisos. He aquí el resultado.

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Los ojos de Jo recorrieron lentamente la sala con expresión feliz, porque la escena era muy agradable.

Los padres estaban sentados juntos, rememorando el primer, capítulo de su novela, que comenzara unos veinte años atrás. Amy dibujaba a los novios, sentados aparte, en el mundo encantador de sus sueños.

Beth estaba echada en el sofá, hablando alegremente con su anciano amigo, que tenía una manecita entre las suyas, como si pensara que poseía el poder de guiarlo por las sendas tranquilas que ella seguía. Jo descansaba en su silla baja favorita, con la expresión grave y tranquila que concordaba tan bien con ella, y Laurie, apoyándose en el respaldo de la silla, con su barbilla a nivel de la cabeza rizada de su amiga, sonreía con su modo más amistoso, y le hacía señas con la cabeza en el espejo que los reflejaba a ambos.

Aquel reflejo quedó impregnado cuando la casa fue quemada. Se conservaban los recuerdos, las tristezas, los olores, las alegrías y una vieja mujer llamada Jo se aferraba a un sillón corroído por el uso.

Nada de eso detendría al bombero, que por puro placer obscuro bañó de combustible las paredes, los diarios manuscritos y la anciana. Yo podía escuchar los alaridos de aquella mujer, rogando ayuda a un Ted que permanecía a mi lado mientas liaba un cigarrillo.

-Deberíamos ir a ayudarla.- Comenté en el modo más casual que me fue posible.

Ted, que ofrecía una amigable sonrisa a los curiosos y otros miembros del departamento de bomberos me contestó. –Lleva años sola, recopilando los diarios de personas que no hacen un esfuerzo en intentar recordarla.- El fuego se inició y transformó los alaridos en súplicas ridículas, acompañadas de una tos cada vez más silenciosa.

-Señor Cobain. No sabía que usted fuera aficionado a los incendios.-

Uno de los mirones interrumpió con estas palabras mis meditaciones.

Generalmente procuro alejarme de los incendios. Yo no soy un lector pero hay algo en el fuego que me molesta independientemente de la causa. Adentro de esa casa hay dos personas tan diferentes y tan iguales que lo justo es que el incendio consuma a ambos. Pero la vida nunca es así. Mi compañero, que afirma haber conocido a la anciana durante la juventud disfruta sumamente del espectáculo. Él no es joven y no logro descifrar si disfruta del fuego o deseaba la muerte de la mujer. A fin de cuentas; alguien tiene que informar de la posesión de libros.

–No soy aficionado a los incendios, soy un músico.-  La sonrisa del hombre no se había desvanecido, era obvia su intención de pedirme un autógrafo.

–Allá adentro hay una anciana inmolándose viva.- El hombre ignoró mi comentario.

-Podría… Un autógrafo para mi hijo, él es un fan suyo y…-

El viento arrojó una de las hojas chamuscadas desprendidas de los libros. La tome al vuelo y usando algo del tizne que se acumulaba en mi tenis, dibujé un garabato. Dejé a Ted solo para que disfrutara de ver aquella casa arder. Algunas veces, me dan ganas de volarme los sesos, otras de matarlos a todos ustedes.

Quemar era fantástico.

Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas.

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Otros trabajos de insectos comunes:

Huele a fuego mujercita. Angelo’s Universe.

Muerto. La Rata Gris

Mujercitas-Fahrenheit 451-Curt Kobain Manu LF

¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!. Relatos Magar

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