Ismael vio el punto rojo en su camisa blanca. La mancha se expandía a través del bolsillo izquierdo con un centro de color tinto obscuro, mientras que los progresivos bordes rosados de la mácula permanecían alejándose de la diminuta herida. Miró a su alrededor. Había por lo menos medio kilómetro de agua hasta la orilla más cercana del lago y desde allí había que conducir por lo menos 20 minutos para obtener los primeros auxilios. Su camisa, ahora tinta con algunas secciones blancas emitía aquel aroma a óxido de hierro característico de la sangre fresca. El pescador intentó murmurar algo mientras su cuerpo se desplomaba hacia el agua. Y murió.
En una habitación sin decoración un servidor digital negro emite un pequeño zumbido. A diferencia de otras piezas informáticas, carece de monitor y teclado. Solamente sobresalen dos cables de la pieza de maquinaria, uno está relacionado a la corriente eléctrica y el otro es una conexión de fibra óptica que le permite segar vidas de manera aleatoria.
Los forenses analizaban el cuerpo del chofer, las otras cincuenta y seis víctimas del accidente murieron en el traslado al hospital. La causa del evento no les era desconocida a los médicos, el autobús había perdido el control cuando el conductor murió. El problema residía en que no podían explicar el corte quirúrgico en el corazón de aquel hombre.
En las redes sociales comenzaba a circular una broma de mal gusto, recomendar una aplicación llamada sencillamente Kill somebody la aplicación que costaba $17.25 solo consistía en un botón rojo en la pantalla táctil, que al ser presionado agotaba inmediatamente la batería del smartphone en cuestión.
En discreta complicidad, médicos y policías del mundo sentían pánico por las inexplicables muertes por corte quirúrgico en el corazón. No se podía esconder por mucho tiempo el problema ¡había un asesino serial con muchos recursos! Sabían que no eran pruebas de un arma nueva, las muertes sucedían en todo el mundo y sin control alguno. Tampoco era una asociación terrorista, parte del terrorismo era hacer notar que tú eres aterrador.
En algún lugar del mundo Silvia conectó su teléfono al cargador y abrió la aplicación. Presionó el botón rojo, la batería se agotó, el cargador mantuvo el teléfono encendido y apareció una imagen.
En Filadelfia, Sid sintió un ligero tirón del pecho. Notó el punto rojo que se expandía sobre su jersey de los Lakers. Un chico en su calle había muerto de manera similar hace cuatro días, todos creían que había sido apuñalado por un profesional. Se llevó la mano a la herida y la mancha de sangre se expandió rápidamente.
Silvia vio la fotografía del basquetbolista al momento de su muerte, una línea roja marcaba el lugar de la herida. Silvia sostenía su teléfono mientras su cerebro hacia conclusiones a toda velocidad. La herida misteriosa que mataba personas sin conexión alguna. Que el teléfono se apagara justo antes de mostrar la víctima. La promesa de matar a alguien al azar.
No podía ser la primera en haberse dado cuenta, alguien más debió usar la aplicación con el teléfono cargandose. Entonces lo entendió: Si matabas alguien al azar sin esfuerzo alguno ¿Cómo podían acusarte de matar a alguien? No había manera de saber quién estaba matando a quien.
El servidor emitió otro zumbido, creó un juego de coordenadas aleatorio, un robot microscópico inhumó al ser humano más cercano a la locación geográfica solicitada, tomó una fotografía y la envió al servidor. Otro teléfono se quedó sin batería.
Silvia se puso las pantuflas, apagó la televisión, conectó el teléfono a la electricidad y se recostó cómodamente en su cama. Al igual que los muchos otros conocedores del secreto, Silvia comenzó a matar gente aleatoriamente sin el menor remordimiento. Sin el menor esfuerzo. Sin el menor motivo.
Lo hacía simplemente porque podía hacerlo. Y no podían detenerla.
Apareció una mancha roja en el blusón de su pijama.
Muy bueno, especialmente el final. Me gustan estos personajes y cierres macabros. Debo admitir que me parece muy cara la aplicación, es decir yo no puedo pagarla (en mi país es complicado el asunto del $) lástima sería interesante probarla… upss ¿dije eso en voz alta?
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Aparte se agota la batería.
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…para colmo.
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Coincido con Roxana. El final lo hace tragicómico e irónico, lo que le da un plus al cuento (porque, vamos, es acerca de una aplicación de un botón rojo… debía terminar de forma irónica). Me hiciste pensar en lo que decían los soldados al enviar bombas y detonarlas. Decían que ellos no habían matado a nadie, tan sólo habían apretado un botón: a ese grado llega la despersonalización.
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Al final ni si quiera hay tragedia. No podemos saber quien mato a mi protagonista. En el caso de los soldados sabían que estaban matando a un grupo en especifico. En la aplicación es una cuestión completamente aleatoria. Bien pudo matarse ella misma.
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Muy bueno, espero que no sea premonitoro, hay tantas aplicaciones para tantos y tantos usos que no me extrañaría que esta llegara a existir. Y la gente apretaría el botón, total, sólo es un botón.
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Un botón rojo y llamativo.
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Me alegro de acabar de salvar a una bacteria y de que un cachorrillo haya encontrado un hogar. Este blog es solidario a más no poder.
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