Gabriel
La ducha esta fría, el agua se enfría en el espacio que hay entre la regadera y mi cuerpo, pero está bien. El baño con agua helada me mantiene despierto, estar despierto es estar cuerdo y mantenerse cuerdo es la clave para sobrevivir aquí.
Recuerdo a la gente, antes éramos varios, trato de recordar sus nombres de la misma manera que a veces intento recordar cómo es la comida. Las latas me saben a metal, bueno no me como las latas, me como su contenido pero es igual, la carne de las latas sabe a lata y no hay mucho que pueda hacer con eso.
A veces me pregunto qué fue de ellos, no creo que todas esas latas fueran solo para mi, hay más latas de las qué podré comer en toda mi vida, o tal vez no, ¿Qué edad tengo? Ah sí dieciuno lo tengo escrito aquí en mi camisa, tampoco debo olvidar eso o me volveré loco.
Afuera hay nieve, no me gusta ver por las ventanas, las ventanas están frías y tanto blanco me asusta, me gusta más el gris ¡O el verde! el verde es un muy buen color, algunas latas son de color verde, esas saben rico.
Sigo escribiendo en la bitácora para mantenerme cuerdo, no me gustan las primeras hojas, solo tienen hileras de números, pero yo escribo lo que sucede, cuando las sombras se mueven, cuando las antenas rugen, los sonidos que me llegan desde la radio y otras cosas.
Construí un fuerte de colchones y le llevé comida a la creatura del sótano, cuidar a la creatura me mantiene cuerdo, eso y las duchas de agua fría.
Hoy la creatura me dijo: vete. Y me fui, pero le arrojé algunas latas para que comiera. A lo mejor está loca.
Britney
Le dolía todo el cuerpo, la piel, los ojos, los huesos, la espalda…
Supo que algo iba mal cuando sintió la áspera tela de la bata, no era su ropa, estaba tendida sobre el suelo duro, estaba desnuda, excepto por la bata, no recordaba haberse puesto ese harapo.
Vio a un anciano, también vestía harapos, le dejó una lata abierta a unos metros y salió corriendo. El sentido del olfato le abrió el apetito, una lata blanca con fruta en almíbar que le supo a metal. El estomago tenía hambre, pero el shock de azúcar le causó nauseas. Miró en la habitación, el suelo de cemento estaba muy frio y ella estaba descalza, cada paso era una tortura, la sensación congelante en las plantas de los pies la lastimaba. Si hubiera visto hacia atrás habría notado que la carne de sus pies se congelaba y se pegaba al suelo de cemento.
Había un inodoro metálico en la esquina y el agua estaba limpia, valía la pena conseguir un trago, no se había dado cuenta de la sed que tenía hasta que comió el contenido de la lata. Vio su reflejo, en el agua del inodoro:
Un ojo estaba tres centímetros arriba del otro y había un agujero donde debería estar su nariz, la piel de su rostro estaba formado por retazos de diferentes colores que iban desde el negro al rojo, un tumor se movía por su cuello como si un gran escarabajo viviera debajo de su piel. Le faltaban los dientes de la mandíbula superior y había cráteres azules en su frente.
Una burbuja se formó en la parte inferior del ojo, reventando en un liquido purulento que dejó otro cráter azul en su rostro. Intentó gritar pero lo único que salió de su garganta fue un silbido gastado.
El anciano volvió a entrar, llevaba una lata verde entre las manos.
-¡VETE!- Le gritó con una voz que sonaba como un burbujeo pastoso. El hombre le arrojó la lata y se fue corriendo.
Horas después escuchó el disparo.
Me está gustando aunque, si te digo la verdad, no entiendo mucho dónde están ni qué les pasa. Pero la forma de contarlo me gusta.
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Gracias, esque es un cuento de misterio.
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Me sigue gustando, 🙂 esperando la continuación, felicidades!
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No impacientes, pues hay mucho para tomar del tema.
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