Teníamos 8 años cuando lo encontramos en el parque, el poste llegaba a la altura de mi cuello (a esa edad media cosa de un metro veinte) pintado color gris institucional igual que las bancas de la escuela, tenía una franja en rojo rubí.
Martín corría por entre los arboles cuando se estampó con él, miramos alrededor, era un tubo metálico en medio de los arboles, era normal verlos en las carreteras o las estaciones de gasolina pero aquí en el bosque carecía de propósito.
Lo agarramos a patadas, no había adultos que nos lo impidieran y el cilindro gris carecía de dueño, nos pasamos horas hasta que nos dolieron las piernas y regresamos a nuestras casas, mi madre me dio una tunda cuando vio mis zapatos destrozados.
Se convirtió en el punto de encuentro de nuestro grupo de amigos, nos reuníamos allí todas las tardes, a veces jugábamos allí o simplemente planeábamos las travesuras de esa tarde. Cada cierto tiempo intentábamos tumbarlo. Incluso una vez me llevé un martillo.
En la adolescencia nos separaron, algunos fueron a las técnicas para aprender oficios, Juan fue a un colegio de paga, Martín y un servidor fuimos al bachillerato abierto. Seguimos reuniéndonos allí y comenzamos a invitar chicas, recargado en ese poste besé a una chica por primera vez, me pregunté si podría estudiar una carrera y fume un mi único porro. (No en ese orden). Juan destrozó la cajuela de su deportivo tratando de desenterrar el bolardo atándolo a la defensa trasera y pisando a fondo.
Todavía me reúno en ese poste con los chicos, hoy trajimos a nuestros hijos, mi esposa le ha metido una buena tunda a nuestro pequé Andrés, se destrozó los zapatos tratando de tirar el poste a patadas.
Nota del cerdo:
Un bolardo es un poste de dos metros de longitud y seis pulgadas de diámetro, está fabricado de acero vaciado y se rellena con concreto, es enterrado a un metro diez centímetros de profundidad y se refuerza con un dado en bloque sólido al fondo, solo sobresalen 90 centímetros capaces de tolerar el impacto de vehículos a alta velocidad.