La gitana manchó con tinta la pata del gato, tomó una impresión de su huella y la arrojó al fuego. Miró con atención las llamas, el humo formado, el aroma y las cenizas, la gatomancía era una ciencia compleja pero muy precisa, allí estaba: Un producto lácteo, hongos, agujeros y … ¿cera?
Ahora todo tenía sentido, rascó algunas escamas de su brazo, la maldición reptiliana era canalizada a través de un queso, algo muy ingenioso, para canalizar maldiciones era necesario algo lleno de vida: una jaula con su canario, un rey de las ratas o una granja de hormigas, pero ¿qué tenía más vida que un queso viejo?
¿Dónde ocultas un queso viejo? No puede estar muy lejos, el canalizador maldito debe de estar a menos de treinta metros de la casa de la víctima, de otra manera la transformación no sería tan rápida, sus piernas escamosas comenzaban a encogerse y una cola de cocodrilo comenzaba a asomar de su trasero.
No había tiempo para buscar a otro gato moteado, tendría que buscar el queso por los métodos tradicionales, ¿Por qué no la habrían aplicado la maldición del ratón? Sería más fácil encontrar un queso con una nariz especializada.
La gitana reptó por la cocina de la casa, sus piernas y brazos ahora eran incapaces de una posición erguida la cola arrastraba por el azulejo, el gato seseaba mientras guardaba su distancia, poco faltaba para olvidar su pasado cómo mujer.
La inspiración llegó en el último segundo, solo había un lugar capaz de detener el aroma a queso podrido, sus patas escamosas abrieron la puerta del refrigerador, no había manera de aplicar una contra-maldición.