La camioneta

Apenas eran las ocho y ya estaban a 6 grados centígrados, iba a ser una noche fría, larga y fría. Vio la camioneta y la analizó: Camioneta blanca, modelo nacional, para servicios de carga ligera, placas de otro estado y una capa de mugre cubriendo la mitad inferior del vehículo, una apuesta ligera, dinero fácil.

Encendió la sirena, de una manera la camioneta se orilló, el oficial caminó dando pasos fuertes para ahuyentar el frio.

—¿Le puedo servir en algo oficial? —Había dos hombres dentro de la camioneta, una mirada rápida al vestuario de ambos le ayudó a decidir que en realidad el copiloto era el jefe.

—Una revisión de rutina, ¿Me da por favor su licencia, tarjeta de circulación y verificación del vehículo? —El oficial se puso a hacer tiempo en la patrulla, no tenía intención de detener a este vehículo, los autos corporativos rara vez tienen algo en desorden, por otro lado los pasajeros son empleados cansados que solo quieren llegar a casa, ellos están dispuestos a desprenderse de algo solo para poder descansar.

—Usted es el jefe ¿No es así? —El hombre en el asiento de copiloto emitió un suspiro y se bajó de la camioneta, había algo extraño en cómo se jorobaba el hombre, le dirigió una mirada completamente condescendiente.

—Dígame oficial ¿Está todo en orden? —Algo en el tono del hombre hacia obvio que todo está en orden y él lo sabía.

—Sus papeles están en orden señor, pero la ley exige que todos los vehículos de carga especifiquen en los laterales de la caja que son vehículo de carga y su camioneta tiene ambos lados en blanco señor. —El sujeto caminó hasta el lateral del vehículo y observó la camioneta por algunos segundos procesando la información, volteó ligeramente la cabeza.

—¿Una ley federal señor? —El tono de voz se escuchaba cansado, apático y con una violencia contenida.

—Una ley municipal jefecito, pero no se preocupe, mañana temprano van a a poder recuperar su camioneta.

—Perfecto, ¿Necesita un inventario de la carga? —Algo no estaba saliendo bien, generalmente en este momento había una pequeña suplica en la voz.

—Usted se ve que es el jefe, evítenos el papeleo a ambos, ¿No se quiere ir a su casa?

El hombre volvió a suspirar, dejó caer sus hombros y caminó a la cajuela.

—¿Sabe cómo me convertí en jefe? —no esperó una respuesta. —Estudiando, ¿Usted tiene hijos? ¿Oficial?

—Uno de ocho años señor. —Había un dejo de tartamudeo en la voz.

—¿Le gustaría enviarlo a la universidad?

—A todos ¿No señor?

El hombre abrió la cajuela.

—Te puedes llevar los que quieras, si solo te llevas uno te diré cuál es el truco, pero si quieres abusar de tu buena suerte me quedaré con la boca cerrada.

Brillaban, la maldita camioneta estaba cargada con lingotes de oro, eran por lo menos tres camas de lingotes de oro, no los había tocado, pero se veían más pesados y reales que el mismo.

—¿Y si te arresto y me los llevo todos?

—Haga lo que quiera oficial, mañana estaré de nuevo en las calles, que le diga el truco depende de usted.

El oficial no notó los guantes de asbesto que el hombre se ponía.

—Piénselo un poco oficial, son 864 lingotes de oro, si me los quitara todos ¿No llamaría mucho la atención? Ayúdese un poco, elija uno y mande a su hijo a la universidad.

El oficial eligió uno que lucía ligeramente más grande que los otros, tal vez solo fuera la luz, pesaba casi cinco kilos, brillaba con fuerza y estaba frio.

—Consígase una caja de herramientas, metálica con pintura roja, de las que estén hechas de plomo, meta el lingote allí y envuelva la caja con cinta aislante, entiérrelo en un lugar seguro, cuando su hijo tenga edad para la universidad véndalo. Para entonces la radiación ya se habrá disipado.

La camioneta se alejaba en el rubor del atardecer, al oficial las manos le daban una comezón incomoda, tal vez fuera la radiación, tal vez fuera la culpa.

 

Nota del cerdo:

Sigo enviando textos desde la carretera, no puedo ver como quedan

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